Hoy también hay un milagro

La revista de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de León, Senderín, publica en sus sección de Firma invitada, un artículo de Tomas Alvarez, titulado “Hoy también hay un milagro”
 

Hoy también hay un milagro


Por Tomás Alvarez

Desde la profunda Edad Media, la llamada de Compostela se pudo escuchar en todo el orbe conocido. Asombra la pujanza medieval del Camino de Santiago en aquel tiempo carente de sistemas de comunicación paneuropeos; cuando la generalidad de la población desconocía la escritura, al igual que las rutas y los centros de caridad donde el viajero podría hallar descanso y algo de comer.

La atracción de Compostela alcanzó lugares insospechados. El lector de la literatura odepórica santiagueña lo comprueba en crónicas de viaje como la del obispo armenio Martiros de Arcendjan, quien recorrió unos 18.000 kilómetros por tierras de Asia y Europa para visitar centros de peregrinación europeos, entre 1489 y 1496; o como el islandés Björn Einarsson, que unos cien años antes había hecho un recorrido desde Groenlandia a Tierra Santa, Roma y Santiago.

Viajeros de todos los países ansiaban alcanzar los confines del noroeste hispano. Hasta Guillermo de Rubruquis, en su mítico periplo al territorio de los mongoles, encontraría en Karakórum, tras visitar al Gran Kan, a mediados del siglo XIII, a un clérigo nestoriano que le pidió ayuda para "hacer el viaje a Santiago de Galicia”.

El camino de los prodigios.


Entre los grandes elementos de seducción para los peregrinos estaba la posibilidad de acercarse a las reliquias de Santiago el Mayor, uno de los apóstoles más cercanos a Cristo y el primero que sufrió el martirio. Toda la ruta jacobea constituía un permanente testimonio del poder taumatúrgico de este discípulo amado de Jesús.

En aquel trayecto se encontraban además grandes recuerdos vinculados a la vida de Cristo, como la Santa Túnica, de Tréveris; la Sábana Santa, de Turín; el Santo Sudario de Oviedo, o la corona de Espinas de la Sainte Chapelle de París, sin olvidar el gran número de restos del Lignum Crucis. También había a lo largo de la vía, famosísimos lugares marianos, como la Virgen de los Ermitaños de Einsiedeln o la catedral de Chartres, con la camisa de la Virgen María. Pero lo más habitual eran las tumbas de otros bienaventurados como la de los Reyes Magos, en Colonia; la de san Martín, en Tours, o las reliquias de María Magdalena, en Vézelay.

Por toda la cristiandad corrían de boca en boca las leyendas de milagros ocurridos en lugares como estos, aunque tal vez el relato que más impresionó a los viajeros medievales fue el del peregrino injustamente condenado a la horca, de la que fue liberado, con vida, por voluntad del Apóstol, con el caso de las aves que después de asadas pudieron volar. 

En el trayecto desde Centroeuropa a Compostela cualquier caminante podía escuchar distintas versiones de este mítico milagro...  pero la disparidad de relatos apenas mermaba el maravilloso atractivo de la historia.

La primera versión del milagro del ahorcado parece que tuvo su origen en el siglo VI. Gregorio de Tours, obispo e historiador, situó el hecho en Angulema. Otra versión posterior se publicó en el siglo XII en el Código Calixtino. En este caso, el suceso se ubicó en la ciudad de Toulouse.... Posteriormente cobraron fama nuevas versiones, especialmente la vinculada a Santo Domingo de la Calzada...

Un viajero famoso del siglo XV, Hermann Künig, no dudará en ratificar la veracidad de la historia del ahorcado y las aves. En su guía afirma:

Sé con certeza que no se trata de una mentira,
 porque yo mismo he visto el agujero
 por el cual una gallina salió volando detrás de otra,
 y también (vi) el fogón sobre el cual fueron asadas.

El Camino de Santiago era la vía de los prodigios. Tal era la obsesión por estos que hasta una simple superación de una enfermedad podía darse como cosa milagrosa... 

Domenico Laffi, famoso clérigo boloñés, describió "un milagro" que presenció en Astorga, cuando regresaba hacia Italia. El italiano acompañaba a un anciano enfermo, que mejoró tras beber agua de una tacita que este había extraviado en Sarria y que encontró inesperadamente en su bolsa. Rápidamente se extendió por la ciudad la noticia de que había sido el propio Apóstol quien había traído a la bolsa del peregrino la tacita perdida. El obispo y los fieles dieron gracias a dios por prodigio, y el enfermo, junto a Laffi, se fueron en secreto de la ciudad, temiendo que el prelado les arrebatase la preciada taza.

Durante muchos siglos, a los mitos y milagros transmitidos  y reformulados una y otra vez, se unieron hechos “hechos maravillosos” vistos, soñados o fabulados por gentes que no exigían un criterio riguroso para separar la casualidad o la ficción pícara de la taumaturgia.  

Y sin embargo, el milagro existe.


En pleno siglo XXI, los peregrinos que avanzan hacia Santiago perciben el viaje a Compostela con una óptica bien distinta. Normalmente, no esperan ni buscan milagros de Santiago, ni de ningún otro bienaventurado del santoral cristiano. Ni buscan ni esperan milagros... pero los encuentran.

La vida moderna somete a los individuos a una existencia estresante. Los sistemas comunicativos les agobian con tanta información que tienen dificultad para comprender la realidad. Los mensajes son tan insistentes y persuasivos que "formatean" el pensamiento y generan la angustia del consumo. Como resultado de tal presión, el ser humano va perdiendo su esencia de ciudadano libre para convertirse en un dócil consumidor de bienes, ideologías y servicios.

Para esos seres alienados, agobiados por la ansiedad, la angustia y el estrés, el Camino es una vía de liberación. La marcha por valles, montañas y parameras, otorga al viajero horizontes infinitos, soledad, tiempo y capacidad para mirar hacia su propio interior; para descubrirse a sí mismo y reformular su propia existencia.

Ese es hoy el gran milagro del Camino: liberar al ciudadano de ataduras y hacer posible que pueda reencontrarse consigo mismo.